El integrismo islámico es una severa amenaza mundial

12/Sep/2011

CCIU, Editorial

El integrismo islámico es una severa amenaza mundial

El refrán popular dice que para muestra basta un botón. Ya se han exhibido cientos de botones, que no son una muestra sino una verdad a gritos la cual no se debe desestimar.
El integrismo musulmán aspira a un objetivo que es total y radical: el que aún no lo profese, debe regirse por la ley sagrada musulmana, como ordenamiento jurídico, de valores y vida cotidiana. Dentro y fuera del mundo árabe. Sostienen que sólo hay dos mundos: el de adentro ya regido por la “shaaría”- ley coránica, y el de afuera: todos los demás, “los infieles”.
El camino para lograrlo es la guerra.
No se pueden justificar más eufemismos seductores y engañosos, como “milicianos o jóvenes combatientes”. Son soldados de un ejército internacional, ordenado y organizado, con gigantes recursos económicos que todo lo puede y todo lo compra, redes internacionales, inteligencia sofisticada, poderosos medios diplomáticos y de comunicación, disciplinado, armado y dispuesto a morir y matar.
Los ejemplos sobran y son sistemáticos. Los atentados en Bombay fueron contra hindúes, americanos, británicos y judíos; los de Bali, contra quien fuese, bastaba que estuviesen dentro de una discoteca. Murieron australianos, europeos, indonesios y de otras tantas nacionalidades. Estaban en el área turística disfrutando sus vacaciones y esparcimiento. Ese era “el pecado”, el precio, “lo inadmisible”.
En Atocha fueron los españoles, simplemente los que estuvieran en el tren yendo a estudiar o a trabajar. En Londres, los que viajaran en el Metro o en el ómnibus. Lo mismo en Argentina, los israelíes de su embajada, o los judíos de la Amia y quien pasase por el lugar. Católicos, laicos, protestantes, del asilo de ancianos de enfrente o cualquier argentino niño, hombre o mujer que caminase por la vereda.
Este inventario es enorme, World Trade Center neoyorquino incluido, y así podríamos recorrer la geografía de muchos países más.
Ahora decidieron que fuese la embajada de Israel en El Cairo. No importaron más de treinta años de paz, que cientos de miles de turistas israelíes hayan visitado Egipto durante dicho período, los pozos de petróleo que Israel les devolvió funcionando y que antes no los explotaban.
Y fundamentalmente: las muertes que  se evitaron para ambos pueblos, gracias a décadas de convivencia pacífica bajo códigos políticos y de cooperación.
Por arrebatos ignorantes y primitivos de odio antiisraelí y antisemita, instigados como “argumento a mano”, pareciera ser que algunos egipcios se olvidaron de sus angustiantes problemas, los reales, las verdaderas causas de su propia revuelta: pan, trabajo, libertad, derechos humanos, oportunidades para su juventud e igualdad de género.
Como judíos, lamentablemente no nos toma por sorpresa. Aumenta el dolor y nuestra pena de ver con claridad lo que el mundo sigue ignorando. Las oportunidades de paz que los árabes rechazan por la influencia integrista islámica y su odio persistente. Una y otra vez a través de los años.
Es incomprensible la actitud puramente materialista y distraída o bien complaciente del resto del mundo con los regímenes integristas. Es muy difícil de admitir, raya lo inconcebible.
No es, insistimos, solamente un problema judío o israelí.
Debería quedar cristalinamente claro que esta es una amenaza universal.
Se entenderá tarde o temprano, pero no se podrá eludir.